La travesía para llegar al Aeropuerto de Santa Lucía

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Acceder al futuro aeródromo de la capital requiere entre una y dos horas y pagar un peaje. El Gobierno prevé extender el suburbano y construir tramos de autopistas para reducir el tiempo.

Delante de la ostionería en la que trabaja Marta Cruz, hay abierto un gran hueco en la carretera. Las máquinas excavadoras vacían desde hace 20 días ese tramo, que está justo al final del trazado urbano, donde las casas empiezan a desaparecer y las vías del tren marcan la frontera de la pequeña población de San Miguel Xaltocan, en el Estado de México.

Cruz ve más polvo que clientes desde que empezaron ahí las obras para hacer accesible el futuro Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, que se construye a pocos kilómetros. Es decir, a al menos una hora coche del centro de la Ciudad de México. El Gobierno prevé salvar ese trayecto con extensiones de la red de transporte público, nuevas vías de acceso, enroques y prolongaciones como la que se abre delante del local de Cruz.

Los carriles para llegar hasta esa zona del Estado de México desde el centro de la capital están despejados antes de las ocho de la mañana; una aplicación de geolocalización recomienda que para hacer el camino más rápido hay que tomar el Eje Central, cruzar por debajo el Circuito Interior, agarrar Insurgentes hacía el noreste.

A la derecha, la Basílica de Guadalupe; un poco más adelante, el paradero de Indios Verdes a la izquierda. La ciudad empieza a abrirse, pierde altura y se extiende hacia la sierra. Empieza el Estado de México. Los carriles que entran a la ciudad, van cargados; los que salen avanzan. En Ecatepec, el camino se bifurca: carretera de pago o libre.

En el mejor de los casos, es decir, yendo en coche, con tráfico favorable, pagando 81 pesos de peaje y con el futuro aeropuerto aún sin estrenar, llegar hasta la zona donde estará el aeródromo, a casi 50 kilómetros del centro de la capital, tomará una hora.

El camino sin casetas, que atraviesa varios municipios, se hace más largo. La marcha se aminora por los semáforos, los vendedores de budas color peltre, los retenes policiales, las ambulancias o los peatones que cruzan de un lado al otro de la calzada.

Hay tramos en los que los coches circulan a 50, 30 o incluso 20 kilómetros por hora frente a los 90 que permite la autopista. En transporte público, las combinaciones para llegar a los terrenos donde estará la nueva terminal son tantas como tan poco convenientes y cualquiera ronda las dos horas.

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